Queridx:
Y ahora que di el primer paso, me pregunto cómo seguir.
Dos principios a aplicar a todos nuestros asuntos: honestidad, un pie detrás del otro.
Veo cosas.
Y si no las digo me explota una parte del cuerpo, siento que necesito arrancarme la piel.
A veces exploto. A veces, simplemente, floto; saco fotos.
Escuché a alguien decir esta mañana “no tenemos control sobre nada salvo sobre nuestra próxima decisión”.
Escribir es una decisión. Volver a intentar.
Entendimos que la idea de algo que es más grande que nosotros puede restablecernos el sano juicio. Escribir, no confundir con “yo escribiendo”, sino escribir, en infinitivo, plural, abstracto es algo más grande que nosotros mismos. Y no digo la escritura porque eso se cristaliza en el objeto terminado, digo escribir en sentido abierto, de acción: una flecha cruzando el espacio entre nosotros.
Cruzar - los límites de lo que consideramos aceptable. (Adicción activa)
Cruzar - las fronteras de lo que creíamos merecer. (Recuperación)
Lo que se dice a life beyond our wildest dreams.
Mis sueños más salvajes siendo: cocinar y comer todas mis comidas, mantener un trabajo sin salir disparada a renunciar ante mi primer error y subsecuente frustración. Aceptar que quizás mi misión en este mundo sea más bien acotada, aprender a llevar una vida en su justa medida, levantarme temprano, hacer gimnasia, tomar agua. Una vida que acepta el duelo y la falta. Una vida en los términos de la vida misma, una vida donde no estoy a toda costa evitando sentir el dolor. Una vida en la que no estoy evitando sentir, en general.
Porque eso es lo que me daba el alcohol, un abrazo invisible, primero muy cálido, que de a poco se ajustaba hasta el punto de la sofocación.
Una capa de protección, de distancia, que al final estaba cubierta de espinas en toda su superficie, interior y exterior.
El hechizo de no sentir es tautológico y como todo los hechizos, está compuesto delicadamente alrededor de una falla fundamental. Hay que formular el deseo de un modo específico, atendiendo a los detalles de su gramática. Al Diablo con el Diablo. Quisiera ser grande.
No sentir, es no sentir. No sentir nada.
Pharmakón. Del griego: remedio, droga, pócima, bebida encantadora, alucinógeno, tintura, veneno.
Y después sentirlo todo pero sentirlo desplazado. Confusión en torno a lo simple y la simplificación despersonalizada de lo complejo. No poder hacer cosas sencillas, como de repente no saber atarse los cordones. Y las cosas pesadas, tratarlas con una liviandad casi cínica.
No sé si esto te importa, no sé qué tenga de universal, ni de valor literario. Pero me guía algo que me dice que es por acá, que es por el río metálico que cruza la espina dorsal de mi problema con la realidad.
Querer ser otra todo el tiempo. Querer todo todo el tiempo sin poder descomponer en los pequeños pasos intermedios, sin estrategizar la energía ni el esfuerzo. Un problema con la identidad, una vergüenza que tiñe todo: querer otro cuerpo, otra cara, otra familia, dinero, entrar en jeanes diminutos y caros, espejos grandes, alfombras infinitamente suaves y claras, lo cool de lo cool de lo vip.
Querer ser todo: académica, empresaria, artista, periodista, famosa, alternativa, exclusiva, intelectual, secreta, frívola, cheta, rea, tan freak y tan popular. Saberlo todo, tocarlo todo, consumirlo todo. Estelar, invisible. Adentro, afuera.
Eso último, ese oxímoron, parcial o intermitentemente logrado: porque está ese desajuste propio de vivir en otro lado, vivir afuera pero que te importe el adentro, la vida anterior. Que una ciudad se teja en la otra a través de la materia de la biografía, y con los puentes que hicieron esta ciudad propia, aún antes de conocerla.
Las cartas de amor a New York:
-Stories from the City, Stories from the Sea
-You’ve Got Mail
El duelo de mi matrimonio es un duelo en torno a mi primera visión de esta ciudad como residente. A mis primeras costumbre adquiridas. Tomar el 6 en Canal para bajarme en la 28, caminar hasta la 30 y doblar a la derecha. Las puertas azul klein, el chirrido distintivo de nuestra puerta, lo daría todo por transmitir el golpe como suena en mi cabeza. Una puerta pesada que se cierra.
Los mosaicos rosas en el baño, el tragaluz dejando entrar el único haz de luz directa. Partículas de polvo lento. Soy un gato intentando atrapar todo lo que se suspende en el aire. Todo lo que alguna vez fue materia y hoy es gas audiovisual.
Caminar en todas las direcciones posibles porque vivo en el centro de la isla. Ir a los bordes Sur y Este los días en los que me siento triste. El río es metálico entre azul y verde. Al Norte y al Oeste voy los días luminosos, en donde me conecto con algo que, entiendo luego, es fe.
Todo el tiempo la pregunta: ¿qué hago acá? Entre las botellas en distintos tonos de dorados, algunos más amarillos algunos más colorados, iluminados en cenital. Trabajo en una fábrica de sueños. Cada frasco de vidrio es un paisaje, una arquitectura en perfecta tensión entre arte y ciencia. Hago acá lo que hago acá: existir, escribir.
El ruido del teclado. Taca taca taca taca tuc tuc taca taca taca taca tuc. Mi entonces marido dice la frase “está en el techo” taca taca taca tuc tuc. Pero lo que nunca le pregunté es quién y en qué consistía el juego. Y ahora no puedo acceder a más que unas líneas escuetas por mail con detalles técnicos sobre cómo vamos a terminar de cortar los hilos que nos atan. Un campo semántico anoréxico, plagado de okays y thankius. En los intercambios él nunca inicia con hola, ni escribe mi nombre, como si lo hubiera olvidado.
Una pareja es algo más grande que una, pero, recordar no confundir la institucionalidad del amor con el amor como universal. Lo que quizás quiero decir, con timidez de persona criada en el agnosticismo, es que no hay que darle a la pareja el lugar que le daríamos a dios. Fin y causa. Totalidad.
Cuando hablo de dios, hablo de un dios de nuestro propio entendimiento, lo que sea que te sirva para organizar la realidad, armonía. Para mí, algo cercano a la teología de Spinoza: la naturaleza, naturaleza siendo la totalidad de la realidad.
La realidad: the larger picture. Poder ver más allá del punto de vista propio, alejar el tiro de cámara, ampliar el plano para ver no solo los miedos propios, sino la humanidad del otro. La única restauración tiene que ver con soltar la posibilidad de controlar de modo absoluto la narrativa.
Para transitar cualquier proceso de destrucción y reconstrucción de la identidad, hay que emprender un viaje en espiral. Como la caída de Alicia, se entra al centro de la tierra para, justamente, salir.
Un fondo, entonces, quizás no se toca, sino que se atraviesa, para pasar a otra dimensión donde arriba y abajo ya no importan, porque estamos a salvo, en el medio. Ya no somos ni santos, ni demonios. Dejamos de tener filo, espinas, rayos que lastiman.
Cuídese mucho,
M.
hermoso vernos congregadxs alrededor de tu escritura. te respondí ingenuamente un mail que ya no recuerdo qué escribí. quiero agradecerte porque en tu escritura ofreces generosamente un reflejo, y no me siento tan sola y tan perdida. ojalá que vos tampoco. sos querida y también sos leída, te abrazo gigante.
Te dejo un beso acá.