A quien corresponda:
Me urge escribir como a quien le urge comerse la piel, los costados de las uñas. Pateo la bota contra la base de la mesa y me duelen las muñecas.
Tengo en la punta de la lengua, en la punta de los dedos lo que quiero decir pero también una exigencia, cumplir con unos parámetros que me resultan sofocantes.
Quizás el problema está en intentar que esto tenga una estructura y una frecuencia, que no falle.
Del mismo modo que intento en vano que mi vida tenga una estructura, límites claros, que no falle.
Me despierto a la madrugada en un departamento en Milán. Soy una de las versiones de Malén que imaginé; encarno lo que fue en algún momento un deseo propio, pero ante el salto cuántico entre una vida y otra el cerebro se desprende del resto del cuerpo. Una mujer sin cabeza realiza acciones, mientras la mente sobrevuela el resto de mi/su vida como un dron analizando la superficie de un planeta extraño: clasificando el relieve según sus materiales orgánicos, buscando agua.
Dove sei?
Inhibición, angustia, síntoma.
Dice que cuando digo que soy alcohólica me estoy afincando en el síntoma. Cuando digo “soy escritora” también (pero no lo pronuncio).
El eco de lo que no llega a transformarse en palabra se hace espacio en mí mientras miro los techos bajos de este barrio milanés. Mi vista controladora del Sims entra a cada ventana buscando una vida sencilla a la que aspirar, una vida sencilla carente de filos ni crueldad, ¿si fuera ella ahora sería feliz? ¿Y esta otra, y esta otra?
¿Escritora?
Según quién y acorde a qué.
Trabajo con palabras. Remunerado y no remunerado, en papel y en la cabeza, cuando lo hago y cuando no lo estoy haciendo también. El texto como un río de metal fundido que nace a la altura de los pensamientos y baja por la columna espinal, y que corre el riesgo de endurecerse si no logro transmitir el mensaje a tiempo.
Alguien que aprecio dijo que está mal decir que trabajamos con el lenguaje, que es antiguo. Siempre encuentro una forma de juzgarme insuficiente cuando estoy por dar con una definición que me dé finalmente algo de seguridad. Si tan solo pudiera dedicarme a un campo matriculado, una profesión que no deje lugar a dudas. Porque los títulos en el trabajo, el otro, el ¿real?, incluso cuando hay logros concretos de por medio, no me los creo tampoco.
Ante el error imagino ser despedida, o peor, caer en el pozo de las personas de las que no se espera nada. Un paso más allá de la mediocridad, esos que creyeron ser mejores de lo que eran (to poop higher than one’s butt). Y que pecaron, no solo por inoperantes sino por delirantes y napoleónicos.
También dijo: “te fuiste de Argentina porque no toleraste la falla”.
Posso avere una Marlboro Gold? Grazie.
Más lenguas en las que fallar.
Más vidas en las que fallar.
Noviembre 2018. Después de meses de alternar llegar tarde a mi programa de radio con no llegar, con semanas sin incidentes y recaer, un ciclo de despertarme con las pestañas pegoteadas y vestida, a veces cinco minutos antes de tener que estar en el aire, a veces ni siquiera. Meses (que en realidad son solo un muestrario de una vida) de mirarme y odiarme, de escucharme y odiarme, de algún modo encuentro una salida provisoria. Un plan sin plan. Y me tomo un avión.
No hay nada que me dé más paz que la rugosidad del momento del despegue, lo artesanal y rudimentario, la prueba del humano detrás de la máquina, la posibilidad del error, pero también las turbulencias, testimonio de la inevitabilidad de la fuerza de la naturaleza, me dan paz mental (dice, también, que debemos analizar mi pulsión de vida).
Tuve pocos novios y a la mayor parte de los chicos que me quisieron de verdad no les creí, y me dediqué a dinamitar nuestros vínculos, amplificando mis inseguridades entre la confusión de los diálogos deformados por el alcohol y el recuerdo borrado en el día después. Mirarme y odiarme, escucharme y odiarme.
Lo que más deseaba en el mundo es la medalla de la relación oficial monógama correspondida. Mi de qué te burlaste Barney: que a pesar de ser una cabeza hueca con suerte (lo que sé que mis colegas en el campo de la escritura creen de mí), a pesar de ser un desastre que no chequea bien las fuentes y habla sin saber (lo que sé que mis colegas en el periodismo piensan de mí), a pesar de ser la mujer más fea de todas (esto me parece obvio, una verdad absoluta que jamás nadie discutiría), a pesar de no tener inteligencia, ni identidad, ni carisma, ni definición, llegué. Lo hice: tengo carrera, tengo profesión, tengo novio y ahora vivo en la ciudad de mis sueños.
Pero mi cabeza dron sabe que si sigo construyendo mi vida sobre el relieve resbaloso del rencor, en gran parte inventado por mi propia crueldad, me voy a desmoronar y esta vez voy a arrastrar a otro conmigo.
Síntoma: Despersonalización.
De Septiembre 2019 a Julio 2020. Despierto en mi departamento en Manhattan con la primera luz del día una y otra vez y mi cuerpo es extraño, adelgacé mucho (también esto lo deseaba con una fuerza desgarradora). ¿Quién es este compendio de huesos que habito? La miro y no la conozco: sus movimientos, sus pensamientos, su modo de vestir, de hablar, con un acento desatado de cualquier pertenencia geográfica- todo es alienígena. Es un hilo de baba más que una persona. No es que sea suave, es que se desintegra.
Qué viene de afuera, qué viene de adentro. Cuál voz es cuál. No importa. Realmente no importa quién dijo qué porque mi cerebro que quiere matarme, mi juicio de valor sobre mí se multiplica como el ejército de escobas de Fantasía al punto de saber que soy inútil de un modo cabal: no puedo ni abrir bien una soda.
Desde que tengo uso de memoria puedo verme repitiendo este patrón. Encuentro a alguien que no me permite equivocarme, alguien más incisivo que yo, y lo vuelvo mi poder superior, en el ámbito de lo real, de lo simbólico, de lo imaginario. Eso que no me permite fallar, eso que percibo que me mide como una boa constrictor para comerme viva, puede ser cualquier cosa. Yo soy la boa y mi propia presa.
El patchouli es un ingrediente con un perfil amaderado, oscuro e intenso, con mucha riqueza y profundidad pero también algo astringente, gasolínico. Un aspecto mineral casi que metálico, que por una razón que no puedo anclar a la química, visualizo como un movimiento, lo que hace el agua para crear una ola: la ilusión de estirarse en superficie, crecer, para inmediatamente replegarse sobre sí, dejando una recámara tubular vacía, un refugio seco que dura un instante surfista.
Otra manera: un hojaldre, una materia que deja espacio adentro de sí, que hace volumen interior, aire adentro.
Me trabajo con la lengua. Del mismo modo que huelo perfumes e intento describir el laberinto de lo imposible de decir. Busco mi composición específica. Una mejor manera de explicar de qué estoy hecha. Un manual de instrucciones para desarmar la enfermedad que quiere matarme, una enfermedad en mi cabeza que elige escuchar solo atributos negativos y los vuelve reglas generales.
Encuentro momentos en el subte, temprano a la mañana, en el café después de comer para poner la computadora en el regazo y volver a intentar: soy de iris porque la molécula fragante se desarrolla bajo tierra; dando una nota talcosa mineral, nostálgica, a primera vista delicada pero con una persistencia de lo que se hace paso en la oscuridad.
También tendría madera de jacarandá, violeta, anís.
Maderas duras, cueros también, y oud.
El Oud proviene del árbol Aquilaria, de la madera del árbol, que al infectarse con una enfermedad bacteriana genera una resina para protegerse. Da una nota animálica, vital, intensa, ahumada. La capacidad de la naturaleza de generar su propia cura.
Qué representarán en toda esta metáfora deforme y fragmentaria el árbol, la infección y la resina. Porque también está la ola, el tubo seco, el momento surfista.
Simplemente, quizás, que se logra encontrar un momento para atrapar algo de sentido y continuar, que se encuentra un momento de sellarse al vacío y que se produce una sanación por y con la materia propia.
Dejar, de a poco, de vivir en una cabeza que quiere matarte, una cabeza que da órdenes de dinamitar el territorio del cuerpo propio, de la vida propia. La ironía espiralada de que se deja de vivir en esa cabeza a través del uso de esa misma cabeza al servicio de una realidad más amplia, una realidad de interacciones con pares. Una cabeza que ya no puede estar ni afuera de una ni en estado de lupa, mantenerse en sí pero alejar el tiro de cámara, para generar nuevos sentidos. Múltiples y polisémicos, laberintos no lineales que van desactivando la bomba de a poco. How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb.
¿En qué orden de importancia ordenamos lo que nos compone? Tengo la impresión, la exigencia, de que las prioridades deberían ser intuitivas como acomodar cubos de menor a mayor en un juego infantil, pero en una vida las cosas cambian de forma y de tamaño constantemente, ¿cómo, entonces, saber quiénes somos y que estamos haciendo lo que tenemos que hacer?
La resina es permitirse fracasar, permitirse ser humana tiene que ser parte de la cura. Fallando se avanza.
El humo como síntoma.
Una vida sin falla es un continuo de falsos comienzos, una novela de puras primeras páginas.
Un pájaro en un platito.
Estéticas de la honestidad.
No me parece antiguo decir que se trabaja con la lengua: se crean piedras preciosas y laberintos terroríficos con las palabras, se hacen cosas, por la palabra se enferma y con la palabra se cura.
¿Y si no me permito dedicarme a la escritura para no fallar? Porque al obtener resultados mediocres, puedo decir que de todas formas lo hice de costado, lo hice como residuo de mi “vida real”. Porque sé en el fondo que produzco géneros menores, que produzco ideas pobres. ¿Qué tienen los escritores que pueden hacer esto “de verdad”?
Mientras más lo escribo más confirmo que es como la paradoja de curar la cabeza con la cabeza, porque escribo sobre no escribir escribiendo. Sobre no ser escritora haciendo pleno ejercicio de lo que sea que sean mis capacidades de cabeza hueca con adicción a teclear y exponer su intimidad.
La realidad es que quiero crear belleza y que lo único que conozco es este valle de vidrio. Este río de dagas.
Este duelo madreperla tornasol.
El paso cuatro es realizar un inventario minucioso de nuestras fallas: rencores, miedos, personas a las que lastimamos, situaciones de las que nos arrepentimos, relaciones en las que nos portamos mal, todo lo que abandonamos.
El paso cuatro es engorroso y muchas veces se abandona. Pero también puede pensarse que nunca se termina, porque no tiene principio, por ende no tiene fin. Lo que mucha gente no recuerda es que el cuarto paso solo está completo cuando también se logra escribir una lista de atributos positivos. Porque es un paso que tiene que ver con animarse a verse a uno mismo, poner un espejo al frente. Desarmar una fantasía egocéntrica negativa en la cual somos el más absoluto de los fracasos. Nadie es tan importante, nadie es pura falla, nadie es solo lo que hizo mal.
Siento en las manos la textura de mis casas perdidas, mis vidas perdidas, y veo como se están desvaneciendo las últimas piezas de escenas que construí con plena convicción de su condición de realidad.
Tengo guardado en la cabeza hasta el exacto color del sol un día cualquiera, una tarde que podría ser cualquier tarde de las muchas tardes prosaicas, ¿cómo es que se puede atesorar una luz tan anónima, atada a nada? Oro, oro, oro en polvo yo te adoro.
Veo sus ojos al dormir, dibujando dos líneas perfectas de pestañas espesas, ese momento donde solo hay respiración lenta, nada más. Cada día al despertar, después de la extrañeza de no saber dónde estoy, le beso un ojo.
Pido voluntad para dejar de tener miedo y la fuerza para seguir atravesando este bosque de recuerdos. Pido imaginación y suavidad. Pido restauracion de la belleza y de la complejidad de la libertad. Pido poder continuar fallando en paz.
Esta vez va sin imágenes.
Gracias,
M.
Gracias a tí
💘