En vez de retratar a la clásica figura del tarot donde una mujer le tiene la boca a una bestia, en mi versión la mujer, que intencionalmente se parece a mí, posa con una mano acariciando el lomo del león y con la otra sostiene un libro. Debajo de la imagen una palabra en imprenta: “respeto”.
Parte de la recuperación es abandonar la pregunta por qué.
Por qué no tengo instinto de auto-preservación, por qué corro los límites de lo que es aceptable para mí, por qué no me quiero por default, ni me cuido por instinto. Dudas que re-emergen constantemente y que una y otra vez tengo que archivar, no porque no tengan respuestas (en general, provisorias), si no porque saber su respuesta no altera que no tengo más opción que seguir.
Aceptar.
Abandonar la búsqueda de un sentido definitivo. Rendirse. Renunciar.
Is it fair to say that XXXX could have done better? No, it’s unfair to say that XXXX could have done better. We always do what we can at any given time.
Corto la llamada con Zach y lloro.
Decisiones tomadas desde la precariedad total. Decisiones que siempre fueron lo mejor que se pudo.
Buenos Aires era un espejo roto.
Hoy me veo con claridad.
En el orgullo de intentar una vida tranquila, sin filos y sin crueldad. Sin necesidad de responder la pregunta, por ende sin necesidad de preguntar.
Aunque aceptar es una acción y a veces en el medio de un tiempo muerto, de un día cualquiera, lavándome los dientes o los platos: vuelve.
¿Qué me rompió?
De todas las escenas estrafalarias y ¿atroces? que presencié de niña hay una que brilla como una gema extraña. Uno de mis tíos toca el timbre de la casa de mi abuela, me asomo al pasillo y lo veo: con muletas y las dos piernas quebradas.
Me confundo a mis familiares con personajes de ficción, el sombrerero loco, la liebre. Pero también los mezclo con figuras del imaginario popular, mi tío Charly García. Mi tío me tiré por vos.
Cada vez que estoy por volver de Buenos Aires a New York tengo un accidente. La primera vez mi padre me pasó por encima del pie con su camioneta, otra vez me doy la cabeza contra una columna. Sangre por doquier. Esta última vez caí por una escalera y el hombro todavía me tira un mes después.
El síntoma se hace en el cuerpo.
Accidentes que solo suceden cuando estoy en casa. Una vida que se amenaza a sí misma cuando estoy en casa.
A la adicción la defino como defino a la práctica de la filosofía: tener un problema con la realidad. A la adicción activa: correr los límites de lo que considero aceptable para mí al infinito, hasta la disolución.
La primera forma que tomó mi adicción fue la fantasía. Mirar obsesivamente películas, salir de mí, de mi realidad. Pero la psíquis funciona como la materia: en teoría se puede vaciar un frasco, pero en la práctica siempre queda un hilo de líquido en el fondo.
El vacío es algo que no se pueda practicar a la perfección por un humano. El absoluto es impracticable por un humano.
En el intento por evadirme por completo en la fantasía quedaba resto. Y las ficciones que consumía obsesivamente más que escape resultaron pistas: una serpiente que se muerde la cola.
Ficciones de chicas que quieren irse de la realidad, pero al irse de la realidad se encuentran otra clase de infierno. Dicen siempre de la sustancia elegida que no es un problema en sí, sino una solución. Una solución provisoria.
Hay algo que hacían tanto las películas como el alcohol que me calma, hasta que no.
Una fantasía de control: puedo decidir en todo momento cómo me siento, puedo decidir qué ver y qué no. Qué sentir y qué dejar de sentir. Estar siempre en modo alma de la fiesta, no bajarme nunca del escenario. Como digo en un poema: calculada hasta en la falla. Tirarme para no caerme.
Alicia funciona como escape hasta que me doy cuenta que simplemente es un espejo: mi casa familiar país de las maravillas, mi tío sombrerero loco, mi tío liebre.
El alcohol funciona como bálsamo que cubre todo, que me permite fluir en las zonas en las que soy torpe: el sexo y el amor. Que me permite ser liviana donde me pesa, tanto que de a ratos pierdo noción de mi materia y me caigo. Actúa como un modulador, una forma de tolerar, de mediar entre yo y todo lo demás y efectivamente cubre todo. Me tapa, me aisla, hace exactamente lo que me prometió: protegerme. Al punto de la sofocación.
Incluso en el exceso, y en el caos, en el terror de vivir entre recuerdos cortados: el síntoma es una señal, una pista. Al fondo de la pileta se le pega una patada y se vuelve a la superficie. Si es posible, cuando editemos esta escena, quiero Aguaviva de los Brujos.
Vuelvo a mirar el tatuaje que yo misma le pedí a Pedro Argel, sin comprender qué quiero decir, una pista espejo- el respeto no se reclama, se encarna directamente, no se pide permiso, se es. El respeto es un derecho que empieza adentro de unx. A la bestia no se la domina, se vive con la bestia, se continúa.
El paso cinco es compartir con otra persona la naturaleza exacta de nuestro rencor.
M.
Qué lindo abrir el mail y encontrar un glitch!!! Maleni, me siento tan identificada en algunas cosas que escribís. Me encanta la forma que tenés de decir las cosas, siempre con alguna imagen con la que es muy fácil conectar.
Te mando un abrazo enorme y muchas fuercitas.