La identidad: un circo. Mente en traje azul eléctrico espera atenta al corazón mientras este se desencadena con maestría desde adentro de una pecera, hace caer los candados, que se vencen partidos como si hubieran estado hechos de plastilina. El corazón da la señal, entonces mente siempre lista se lanza a buscarlo: lo toma por las manos y juntos se van: triunfantes. No perdieron nada. No fueron comidos por pirañas.
El miedo te está apuntando en la dirección correcta, me dice Alex, uno de mis ex-novios favoritos, sino mi favorito a secas. ¿Cómo sabés? El miedo siempre apunta en la dirección correcta. Escena: un departamento de varón, con ropa tirada en el suelo, salpicada por pilas de libros. El host: Ben, que acaba de cortar con su novia, y por eso nos encontramos ahí en esa situación, los dos chicos de Ohio y yo. Es el exceso de intimidad y vulnerabilidad, el consuelo y el cariño que me dejan de rodillas, y admito ante él, una persona ante la cual rara vez me quebré: Alexander, tengo miedo.
Algunas cosas sobre Alex: nos conocimos en Chinatown tomando helado, él pagó el suyo acercando un iPad al posnet, después afirmé: querés mi teléfono. No le pregunté, lo afirmé. En una de nuestras primeras citas me mudó de departamento en Ubers, levantó una mesa semi sólida de terrazzo por mí. Lee sin parar, pero que eso me guste es más bien un gesto superficial: rara vez compartimos lecturas, hay uno de Jonathan Franzen que abandoné a las dos páginas y lo vendí por, probablemente, tres centavos de dólar en The Strand. Nos reíamos mucho y discutíamos bastante también. Yo, tramposa, le decía cosas del tipo “bueno, pero yo sé traducir del latín”. Constantemente falacia del argumento de autoridad, argumentum ad verecundiam, juego sucio, mala-mala. A veces lo odiaba simplemente por ser varón y estadounidense, entonces tenía que imponerme con mi vehemencia de americanita del sur: ¿Vos sabés qué es el Plan Cóndor?
Pero nos queremos. Nos queremos mucho. Es más, ahora se jacta de ser de los pocos yanquis que sabe, efectivamente, qué es el Plan Cóndor, cuál fue el rol de Estados Unidos en las dictaduras latinoamericanas. El plan Cóndor is back at home, bromea con amargura, mientras recauchutamos a nuestro amigo para ir al diner a inyectarle una hamburguesa con malteada sabor a café.
Un club de los cinco improvisado: Ben, Alex, su nueva novia Theodora, Ian y yo, la del acento. Ian es un ex-director creativo de agencia, que ahora estudia para ser psicólogo, quizás psicoanalista, no está seguro. Aunque yo siempre diré que el psicoanálisis no existe en Estados Unidos, insoportable, ya sé. Te juro que lo sé. Theo es cálida conmigo y me da confianza. Ser cálida con la ex de su novio, la ex que tiene una personalidad que “ocupa demasiado espacio”, habla de un ego muy estable. Eso me gusta de ella, tiene algo que deseo aprender. Mi flow es inestable, mi seguridad personal por momentos, endeble.
La orden: dos hamburguesas deluxe, una con Diet Coke, la otra con un shake, un grilled cheese, una orden de mozzarella sticks, una hamburguesa con cheddar, otro shake y dos cafés descafeinados.
Va a estar todo bien con nuestro amigo, va a poder tener un vínculo que dure más de 9 meses, le prometo, le juro. ¡Atate al mástil como Ulises! Vamos a encontrar el amor. Le prometo, le juro, que va a casarse y que voy a escribir un discurso y que lo leeré vestida de traje amarillo porque ese es su color preferido. Sí, me encanta el amarillo, dice. I know, baby…
Entonces, mientras se discute superficialmente quién sabe qué en una mesa llena de papas fritas, Alex lanza el siguiente misil: leí en este libro que compila fragmentos de poesía, algunos sin siquiera traducir del latín o del griego antiguo, que en determinado momento el ateniense no distinguía entre ser y parecer. Y me pareció MAL.
Como heroinómana hacia la aguja me abalanzo, sin terminar de asimilar la idea, a argumentar en su contra, él lo ve en mis ojos. Es un don maléfico, es realmente una cosa que no se explica: cómo puede ser que mi cabeza sea tan rápida para buscar la manera de no estar de acuerdo, sobre todo si mi interlocutor es un hombre, sobre todo si tengo, tuve, tendría, tendré un vínculo con esa persona.
Digo que Parménides en su famoso poema, primero además de probar que la poesía es indivisible de la filosofía, pone en evidencia que se puede estar buscando algo sin saber lo que ese algo es. Y funda la ontología planteando la siguiente propuesta: están todos buscando el fundamento del ser, pero primero hay que admitir algo: hay ser. Siendo se es. A lo que voy es que quizás no hubiera una noción tajante para delimitar del todo el ser del parecer.
El desarrollo cognitivo e individual no es independiente de la episteme de su época, es decir que si la poesía es conocimiento, el teatro es una polis pequeña, es posible que la apariencia no estuviera separada del ser, al menos no como lo entendemos hoy. Así como fue necesario nombrar al ser para reconocerlo, tal vez también lo fue separar la verdad de la ficción. No creo que la palabra tenga ese poder, responde Alex. Están diciendo cosas distintas, dice Ben. Alex: Hasta los monos pueden reconocer un fingimiento, es una tesis de profesor blanco diciendo que los humanos eran tan estúpidos para no distinguir la realidad de la mentira. Malén: es como el desarrollo del concepto de la individualidad, es progresiva, no existía en ese momento consciencia en términos de sujeto. Ben: Es discutible, hay previo al modernismo consciencia de sujeto. Alex: San Agustín. Malén: es un anacronismo, ¿estamos discutiendo sincrónica o diacrónicamente? Ben: no creo en el Posmodernismo, andá a hablarle de Posmodernismo a Joyce. Malén: en términos de literatura podés cancelar el Posmodernismo, en términos de estructura de pensamiento yo lo necesito como matriz. La hibridez, la caída de las dicotomías, habilita un pensamiento feminista.
Todos tenemos razón.
La verdad admite grados, y la relación ser-parecer también.
El tiempo hace evolucionar los lenguajes y ganamos otra consciencia sobre ellos. Hemos triunfado, solo porque nos admitimos, en un punto, vencidos.
Ben y yo caminamos solos hasta su casa, Alex nos alcanzará luego. Y confieso, mientras absorbo las luces de Downtown Manhattan que bañan la basura y a las chicas, todas vestidas con el mismo top asimétrico: la vida es muy profunda, Ben. Podemos ser una presencia en un scroll, que la gente piense que no somos nada m[as que la imagen chata de nosotros, pero tenemos una vida honda, con infinitos detalles, y sos uno de mis mejores amigos, y te juro que vas a estar bien, y yo también. Malén, ¿estás bien?
—No me quiero ir a España.
—¿Estás segura?
—No.
—Entonces te querés ir a España.
—Sí, quiero como nada en el mundo irme a España
—Entonces, ¿por qué decís que no querés ir a España?
—Porque cuando querés mucho algo puede fallar y prefiero decir que no lo quiero, así no me ilusiono.
Prefiero hacer de cuenta que no quiero lo que quiero, así como prefiero a veces decir que elegiría no escribir, bah. Prefiero hacer de cuenta que no te voy a extrañar si todo falla. ¿Acaso no es posible hoy mismo, en este momento, confundir el ser con el parecer? ¿El ser con el fingir? Ah mi corazón escapista, ah mi mente acróbata, quiero mandarlos a descansar. ¿Quién es el tercer personaje? La quiere que paren, que siempre encuentra la manera de quedarse con los ojos abiertos, el tercer personaje que no sabe mentir. ¿Será eso el espíritu, será eso escribir? Un hálito que no es mente ni corazón, ¿será por ahí que una conecta con el universo? ¿Será a través de ese soplo que se siente la felicidad?
Felicidad: ir en moto a la playa. Felicidad: llorar de risa. Felicidad: “mini acabadita”. Felicidad: me abraza por la espalda mientras tomo una foto a un edificio rosa con flores de piedra. Felicidad: dejar de fingir. Felicidad: animarse a fallar. Felicidad: flotar en el agua. Felicidad: desayunar. Felicidad: azul y dorada. Felicidad: un poema de Robert Frost. Felicidad: prometer que todo va a estar bien. Felicidad: decidir no lastimar. Felicidad: quedarse para siempre en un lugar. Felicidad: aceptar que dure lo que tenga que durar. Felicidad: ser.
M.
Discusión sobre este post
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Me tiré sobre este post, en cuanto vi el título. Me obsesiona, me enerva, me resiente, me indigna, la distancia entre ser y parecer...sobre todo en los vínculos, sobre todo en esos donde una tiende a poner toooodo, porque criada a Surtido bagley y Crismo. Me encantó, apareció en uno de esos momentos donde necesitás leer que otras personas andan en esa. Ando en esa. Pero intento sacarle la parte de la indignación violenta ante la mascarada y que se yo...jajajaj KATARSIS. Atarse al poste, sin cera de abejas. Y escuchar a ver qué tienen para decir esas mentirosas
SER Y SER Y SER, nunca No Ser. Olvidatelo, Hamlet