Empezá a escribir, esto dice la plataforma desde la que te estoy enviando esta carta. Start writing. Como si me diera una orden. Y esta vez hago caso, algunas veces decepciono de ese modo, doy vuelta la tortilla.
Medianoche, hace frío. No es sorpresa, por supuesto, dado que me encuentro en el Hemisferio Norte. Solo un hecho: aquí Señorita Realidad reportando desde la Ciudad de Nueva York para vos. Señorita Realidad dice: hace frío. Señorita Real Realidad quiere decir: solo quien haya tocado la pared áspera de la pobreza sabe cómo pica el frío en las manos. Bang, bang, estás liquidado. Un poema de Gabriela Clara Pignataro que termina diciendo
si me tocan
si me tocan
si me queman
cuento mis costillas:
hay balas para todos
Tardé una hora en cruzar la mitad de Brooklyn y casi la totalidad de la isla y, con la travesía, también crucé todo el arco posible de sentimientos: del llanto cristal a la más profunda serenidad. En la boda de Lucía y Fer, Rosario me introdujo como “poeta”, aunque yo siempre prefiero ir por “artista” para disimular, hacer de cuenta que soy como el resto. No sé por qué creo que los artistas visuales se sienten más cómodos en el mundo, se mueven mejor, para mí es algo con deslizar pinceles.
Querer disimular, del mismo modo en que prefiero hacer de cuenta que estoy bien, que soy lisa y agradable y para nada oscura, a pesar de que se murió la mitad de mi familia en dos meses y que también perdí una relación significativa, a la que llamaré “intento de vínculo sexoafectivo” para nuevamente atarme lo más posible a una realidad que se presenta, de todas formas y muy a mi pesar, surreal y cubista al mismo tiempo.
Tres muertes asociadas a querer dejar de vivir, dos gatos dados en adopción, y la pérdida del amor. Todo esto siendo una mujer-vida-en-dos-valijas, sin casa, sin ciudad. Además de cuatro sillas en un depósito en el barrio judío ortodoxo de Brooklyn, me pertenecen dos floreros que Cande guarda para mí en su departamento en la calle Godoy Cruz, y una obra de Flor Alvarado que compré cuando pensé que estaba construyendo un hogar.
Un guionista golpe bajo, un narrador omnisciente cruel que pone a prueba mi capacidad de seguir produciendo acciones y de empujar o ser empujada por la vida. Spoiler alert: todas mis funciones están intactas, vestí a 50 modelos que bajaron una escalera de mármol con stilettos de 11 centímetros de taco, una a una, perfectas y radiantes como mi corazón de metal.
La capacidad de alternar espacios y transformarme directamente en dos personas distintas me hace pensar que soy un personaje de Severance, serie que recomiendo muchísimo. Un libro que también recomiendo en esa línea, para pensar la disociación como mecanismo de control de nuestra actividad espiritual y el derecho fundamental a la intensidad de la pausa es Vida Contemplativa de Byung Chul Han.
“Cuando la obligación de producir se apodera del lenguaje, este se pone en modo trabajo. Se degrada, pues, a portador de información, es decir, a mero medio de comunicación. La información es la forma de actividad que tiene el lenguaje. La poesía, por el contrario, suspende el lenguaje entendido como información. En la poesía el lenguaje se pone en modo de contemplación.”
Es decir, que la poesía no hace uso “productivo” en sentido neocapitalista del lenguaje, sino que produce otra cosa, un estado, una forma de liberación que es independiente de la actividad.
En términos de Byung Chul Han, que en realidad retoma, profundiza y discute los conceptos de Hannah Arendt en La Condición Humana, mi yo dividido queda cercano a la “acción” en New York y cercano a la “inactividad” (que define como un modo de intensidad de la vida), a la contemplación y a la poesía en Buenos Aires. En New York, mi creatividad se pone al servicio del mercado y mi modo de valorar mi propio conocimiento tiene que ver con su capacidad de producir(me) dinero. Evito a toda costa tener tiempo libre, de hecho he llegado a decir “cada segundo que no produzco dinero estoy perdiendo dinero”. Es decir, me exploto.
En New York soy autosuficiente, quirúrgicamente eficiente, un reloj. En Buenos Aires doy talleres en espacios rodeados de plantas donde hago a mis alumnas cerrar los ojos y les digo suave y lento que imaginen que un líquido dorado disuelve sus ideas limitantes. En Buenos Aires soy una brisa, santa y dócil — me dejo enamorar, usar, y descartar. En New York nada me traspasa, y paseo hombres atolondrados y hermosamente estúpidos con correa. Creo que esa cualidad de indestructible es la que no me permite abandonar esta ciudad del todo, temo desmoronarme por completo si me voy. Me da miedo volverme una cortina vaporosa que se vuela. Aunque, a su vez, daría todo por volverme una tela suave, cubrir un edificio como una instalación de Andrés Reisinger.
En búsqueda de mi suavidad, de no perderme por estar en mi lado filoso del mundo, saco entradas para todas las películas de David Lynch que encuentro, es uno de mis directores favoritos y quiero aprovechar el momento para empaparme de su visión. Veo Blue Velvet en Metrograph, Mulholland Drive en IFC, ambas de noche. Se suele asociar su obra con el absurdo y el horror, pero a mí se me presenta tan rebosante de vida y de sentido, tan excesivamente espejo de la condición de abierto y cerrado del universo, de que todo parece corresponderse perfectamente pero a su vez nada va con nada, que todo parece explicarse a sí mismo y a su vez las cosas se asemejan pero nunca son.
“Rebosar” palabra que no puedo desprender de Osvaldo Lamborghini. Nada más poderoso que saber poemas de memoria. Y recitártelo de memoria en un taxi en la calle Córdoba y que lleves camisa violeta, un hechizo:
Cuanto más límpidas te parezcan
Las aguas del lago
Y aun cuando creas
Rebosar de plenitud
Igual recuérdame
Yo soy tu proveedora de droga
Cuando contemples
Con mirada ascendente y pura
El triunfo de los pájaros
Y la derrota de las olas
Igual recuérdame
Yo soy tu proveedora de droga
Cuando vayas al encuentro
De la amada o el amado
Sintiéndote seguro
Del esplendor de sus pupilas
Igual recuérdame
Yo soy tu proveedora de droga
Y no me abandones
Prematuramente
No te comportes
Como un ingrato
Recuérdame siempre
Yo soy tu proveedora de droga
El cine de Lynch no necesita explicación, ninguna obra necesita una explicación, porque sería reducir su estado contemplativo a información, es decir, intentar dotarlas de una utilidad, cuando, en realidad, tienen una dirección espiritual secreta, otro tipo de función que escapa la lógica productiva/del mercado.
De Mulholland Drive en particular hay muchas interpretaciones de que gran parte de la película es un sueño, lo cual achata metafísicamente la potencia narrativa del relato. David Lynch diría que el cine es onírico en sí mismo.
Buscar una explicación lineal es un problema que tiende a alisar lo que se supone que sea rugoso: la inmersión en un estado de belleza-horror, en los estados de inocencia y de precariedad. La médula semántica de la película reside en su aparente fragmentariedad que no es tal, a medida que la trama avanza tenemos la sensación de que es más bien una cinta de Moebius: sin principio ni final, laberinto de espejos. Como la vida misma, aunque se ensaye explicación: sobrarán y faltarán piezas. Entonces no es que no “necesite” explicación sino que como traducción fiel de la condición tanto caótica como perfecta del universo, no la admite.
Su obra, que para quien intenta organizar el universo en comienzo-nudo-desenlace como si el tiempo verdaderamente fuera lineal y todos los hechos fueran perfectamente categorizables como cadenas de acción y reacción, de premio y castigo, puede resultar opaca o caprichosa, constituye a ojos de muchas otras personas un estado de liberación pero no del sinsentido (nonsense) por el sinsentido, sino del profundo sentido (meaning) de aceptar el misterio y la condición humana.
La auto-correspondencia del mundo con el mundo. Encaja perfecto pero no, porque al fin y al cabo es la existencia misma la que es un misterio, la propuesta es habitarla en total plenitud sin comprenderla verdaderamente. Ese espacio que “no se entiende” es el lugar en el que generamos nuevas ideas, pensamientos.
Cualquier persona que haya estado en Los Ángeles coincidirá en decir que Mulholland Drive ES Los Ángeles: un laberinto de sueños rotos, la principal fábrica de ilusiones del mundo, casa de fantasía y locura, movida tanto por la ambición recalcitrante como por el resentimiento, la violencia del rechazo, un sol tan dorado que hace que todo parezca bañado constantemente en polvo, fantasmas, princesas perdidas. Tan hermosa, tan decadente, tan únicamente triste y sola.
El tagline dice “una historia de amor en la ciudad de los sueños” y a mí me gusta pensarla como exactamente eso, o más que pensarla, me gusta sentirla como eso, una carta de amor. Una carta de amor a Los Ángeles, a la ciudad donde los sueños del mundo se montan y se desmontan, donde se crean y se rompen. Pero sobre todo y principalmente una carta de amor al cine: Sunset Boulevard (Billy Wilder), Persona (Ingmar Bergman), Vertigo (Alfred Hitchcock). Una carta de amor al estado de sueño en el que el cine nos sumerge. Una carta de amor al amor. Un estado de oscuridad y luz en balance perfecto y heraclíteo: lo que parece opuesto pero se necesita para ser. Estamos a oscuras y en silencio y se enciende una pantalla que nos ilumina por dentro. Fuego camina conmigo.
Salgo de la sala con los ojos cristalinos: encendida, enamorada, comprendida por completo, como si la película me hubiera metido en una cajita azul acolchonada e infinita por dentro, lámpara de mi bella genio, como si el cine me llevara en sus dos manos como un pollito o un sapito bebé. Como si el cine me hiciera caja y llave. Completa. Redonda como la bola de nieve que cae en Citizen Kane. Rosebud.
Cada vez que vuelvo a sentarme en una sala, o que vuelvo al museo a buscar una obra que me absorba hasta exprimirme en llanto, estoy buscando ese estado de fundición con la condición humana en sí. Estoy buscando enamorarme de nuestra capacidad de tocar momentáneamente lo sublime, estoy buscando un estado de reverencia, respeto y rebeldía, todo junto, ante la noción de que podemos crear tanto la más absoluta de las bellezas como el más truculento horror.
Mi tío colgándose con un cable, dando patadas al aire, mientras yo cruzo el cielo y sueño que un cemento líquido inunda la casa.
Estos meses de duelo constante hice un pacto con la vida y con las ciudades: estoy entregada a producir, reproducir y pensar la belleza, aunque belleza para mí sea una bolsa de basura rosa en medio de nieve sucia, patadas al cielo, lluvia de macetas, ideas de canicas.
Estoy en un estado de alabanza y reverencia ante la potencia del cine, del arte en general, de transformarnos y de cuidarnos. Sobre todo en un momento en el cual el discurso oficial quiere borrar los derechos de las disidencias y con ellos los derechos de una cultura plena, sobre todo y especialmente cuando hay persecución, odio y censura. Sobre todo y especialmente cuando hay dolor.
El arte se mete en los poros, sale por los lagrimales como oro líquido. Destapa los oídos, desata los nudos, nos desafía y nos reúne. El arte no es un cartel ni un panfleto, el arte es otra cosa, un tesoro que alguien hace para sí, porque no puede evitarlo, algo que alguien hace como hipnotizadx, y que de alguna manera te llega y le hace preguntas susurradas a tu corazón.
Oh, no puede ser feliz,
con tanta gente hablando hablando a tu alrededor
oh, dame tu amor a mí,
le estoy hablando, hablando, hablando a tu corazón

¿Dije algo, no dije nada? Pensabas, quizás, que existía el adentro y el afuera del texto, el afuera y el adentro de la vida, que podías ser dos personas.
Un dopelganger es un glitch y el amor también.
Cuando haya terminado esta misión te dejaré una llave sobre la mesa.
Besos de polvo azul klein,
M.
“Respirare. Caos e Poesia” , Franco Berardi
Bellísimo, gracias. 💜